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La reforma migratoria de Biden alimenta la esperanza a los ‘dreamers’ en EE UU

Por: Victor Gonzalez

Por: Victor Gonzalez

Ultima actualización: 2021-01-25 06:43:26

Las mismas sombras que le han amenazado toda su vida arruinaron a Luis Otero su 23º cumpleaños. Fue el pasado 6 de enero, cuando hordas trumpistas asaltaron el Capitolio de Washington, la ciudad en la que estudia y trabaja Otero, para tratar de impedir que el demócrata Joe Biden se convirtiera en presidente. La victoria de Biden significó mucho para muchas personas. Pero para jóvenes como Otero, que cruzó de México con sus padres cuando tenía dos años, que se enteró de que era indocumentado en la adolescencia y que no ha conocido otro hogar que Estados Unidos, supuso “una ola de alivio y felicidad y la esperanza de que la pesadilla iba a terminar”.

En su primer día en la Casa Blanca, Biden dejó claro que la reforma migratoria será una de sus prioridades. Pocas horas después de su investidura el miércoles, envió al Congreso una propuesta de legislación que contempla la regularización de los 11 millones de indocumentados que se calcula que viven en el país en un plazo de ocho años, una vez que se verifique que cumplen algunos requisitos como que no tienen antecedentes penales y que están al día con el pago de impuestos. Y en lo alto de las prioridades colocó a los cerca de 700.000 dreamers (soñadores), término con el que se conoce a aquellos jóvenes como Otero, a los que sus padres trajeron a Estados Unidos sin papeles cuando eran niños y a los que Barack Obama protegió en 2012 con el programa DACA (acrónimo en inglés de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia). La reforma que envió Biden el miércoles al Congreso contempla ofrecer la residencia permanente inmediata a los dreamers. El presidente firmó también una orden ejecutiva pidiendo a su Gobierno que tome todos los pasos para preservar y fortalecer DACA.

El programa DACA no ofrecía a estos jóvenes un camino a la residencia o a la ciudadanía, pero sí una protección contra la deportación y permisos de trabajo renovables, lo que les permitía continuar con sus estudios y construir un futuro en el país que constituye su único hogar. Sin apoyo en el Capitolio, Obama procedió por decreto y no contempló DACA como una opción permanente, sino como un parche hasta que el Congreso legislara, cosa que aún no ha sucedido nueve años después. Amparándose en esa supuesta extralimitación del poder ejecutivo por parte de su predecesor, el presidente Trump tuvo durante cuatro años DACA en el punto de mira de su ofensiva contra la inmigración. Siguieron cancelaciones del programa, pleitos, luchas hasta la más alta instancia judicial. Y la vida de los dreamers, arrojados al centro del debate político nacional, se llenó de incertidumbre.

“Todo lo que ha hecho Biden hasta ahora es lo contrario a lo que representaba Trump, y supone comprender lo que los inmigrantes aportamos a este país”, opina Otero, que está a punto de terminar un máster, trabajando a la vez en una consultoría, y más cerca de su sueño de convertirse en la primera persona de su familia “en ocupar un cargo corporativo”. “Los últimos meses los he vivido con mucha ansiedad. Creo que el pueblo ha votado por rechazar lo que representa Trump, pero después de las elecciones hubo momentos de mucha angustia, sobre todo con el asalto al Capitolio. Eso nos recordó que no todo es de color de rosa, que hay muchos obstáculos por delante. Hay mucha gente que piensa como Trump y está dispuesta a todo. El sentimiento que compartimos muchos dreamers es de optimismo, pero con la precaución de no querer ilusionarnos demasiado. Una sensación de esperanza con cautela”.

“La reforma migratoria es bien recibida”, coincide Karina Díaz, directora de Arizona Dream Act Coalition, una organización que promueve una solución permanente para los dreamers. “Pero deberían darnos incluso ciudadanía automática, porque ya llevamos más de ocho años con el programa”. Mexicana de 36 años, licenciada en bioquímica, Díaz llegó a Estados Unidos en 1999, cuando sus padres emigraron sin papeles a Phoenix (Arizona), y en 2012 se benefició de la acción diferida de Obama. “Vamos por buen camino, pero se ve que están dando problemas los republicanos. Esperamos que esta Administración sea firme en su propuesta, porque es lo que nuestra gente necesita”, apunta Díaz.

Aunque Biden envió el proyecto de ley al Congreso en el primer día de su presidencia, es probable que el debate se retrase, ya que los legisladores deben lidiar con medidas urgentes relacionadas con la crisis sanitaria y económica del coronavirus y con el segundo juicio político al expresidente Donald Trump, que arrancará en el Senado esta próxima semana. Además, para asegurar su aprobación, eliminando la posibilidad de un bloqueo por parte de los republicanos a través del filibusterismo, los demócratas necesitarían 60 los de los 100 votos en la Cámara alta, que está dividida a la mitad entre los dos partidos.

Eso significa que, además de los 50 senadores demócratas, necesitarían el apoyo de 10 republicanos, algo que se intuye complicado en un momento en que ese partido ha radicalizado su visión respecto a la migración. “Hay muchos temas en los que podemos trabajar cooperando con Biden, pero una amnistía general para la gente que está aquí ilegalmente no va a ser una de ellas”, dijo el senador republicano Marco Rubio. La reforma migratoria de Biden será, pues, la prueba de fuego para testar la viabilidad de su propósito de tender puentes entre los dos partidos en el Capitolio.

“El presidente debe saber que tiene el capital político, pero también el poder de la gente”, afirma Díaz, quien asegura que desde grupos como el suyo ya se están preparando para hacer campaña en contra de los senadores que bloqueen la reforma migratoria de cara a los comicios legislativos de 2022. “Las organizaciones de base que hemos luchado durante más de una década somos aliadas en esta batalla y podemos movilizarnos, así como lo hicimos para voltear el control del Senado en estas elecciones. Fue clave la movilización de nuestra gente, y no queremos un retroceso”.

Según datos del Servicio de Ciudadanía e Inmigración (USCIS, por sus siglas en inglés), el 75% de los protegidos por DACA procede de México, tienen de media 24 años y la edad promedio a la que llegaron fue a los seis. Tradicionalmente ha sido el grupo de indocumentados que más simpatías ha despertado en ambos lados del espectro político. Incluso el propio Trump llegó a prometer en alguna ocasión ofrecerles una vía a la ciudadanía, pero lo planteó como una moneda de cambio: supeditaba esa opción al endurecimiento de las leyes para otros migrantes en situación irregular.

Para Díaz, mantener el estatus temporal significó poder pedir un permiso de emergencia para viajar a Oaxaca a enterrar a su padre, que falleció el pasado mes de noviembre de covid en Phoenix. Ahora, la dreamer sueña con que se apruebe la reforma migratoria para que su madre pueda legalizarse y reencontrarse con el resto de la familia. “Ahora es cuando más fuerte debe ser la lucha”, advierte. “Es como cuando estás en una maratón, ya ves cerca la meta y crees que no puedes más, pero aun así tienes que seguir corriendo. Se ve la luz al final del túnel, pero no podemos darnos por vencidos”. “La única manera de lograr que prospere la reforma es que la comunidad migrante no suelte el pie del acelerador”, coincide Otero. “Debemos seguir presionando a los demócratas, que también nos han fallado en el pasado. Y lograr doblegar un poco a los republicanos y que sus corazones sean más bondadosos”.

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